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MIGRACIÓN Y VEJEZ
La vida en el después
Por: Rachel Pereda en colaboración con El Toque
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LA VIDA EN EL DESPUÉS

Convertirse en cuidadora a tiempo completo fue un meteorito que irrumpió en la vida de Rosa Vilaboy y desestabilizó todo su mundo. Desde que tenía 17 años trabajaba fuera de casa, y tener que renunciar a su entorno laboral para encerrarse entre cuatro paredes lo cambió todo para siempre.

Rosa nunca imaginó que su vida daría un giro tan drástico. Aunque años antes también cuidó de su tío, las circunstancias eran diferentes, ella era diferente, la red de apoyo era diferente, y Cuba también. 

«Cuando tío se enfermó estaba mi mamá que ayudaba. Yo faltaba al trabajo, pedía licencia, pero no tuve que dejarlo a tiempo completo. Aunque la situación con él era difícil porque tenía una fibrosis pulmonar, lo que le provocaba una falta de aire constante y tener oxígeno puesto todo el tiempo, e incluso trató de hacer un intento suicida; en aquel entonces tenía más gente y mi hermano podía resolver las medicinas porque el sistema de salud estaba un poco mejor».

Cuando él murió, Rosa se dedicó a resolver la situación de su mamá que había perdido la visión completa. «Salió mal de la operación y se quedó prácticamente ciega, y después de un año de mucha insistencia logramos salvarle el otro ojito ya que no querían volverla a operar».

Sin embargo, en todos esos momentos se mantuvo vinculada al mundo laboral hasta que una tía paterna se mudó para su casa en Guanabacoa. Fue entonces cuando se vio obligada a tomar una decisión que afectaría profundamente su existencia: dejar su trabajo para dedicarse por completo al cuidado de su madre y su tía. 

«Me dediqué por completo a ellas. Las 24 horas del día eran para su cuidado», recuerda Rosa. «No recibí ningún curso, es lo que te toca, y tienes que asumirlo». Con el apoyo de su familia, especialmente de sus hijos, su hermano y su esposo Rolando, Rosa se enfrentó al desafío de cuidar a las dos ancianas al mismo tiempo. «Estuve casi tres años atendiéndolas a las dos en paralelo, pero mi tía era la que necesitaba más atención. Por eso decidí dejar el trabajo y atenderlas a ambas», explica.

Renuncias, cambios y estrés…

El compromiso de Rosa significó un cambio radical en su estilo de vida. Adaptarse a una rutina en la que sus necesidades quedaban relegadas a un segundo plano y donde cada salida a la calle se convertía en una fuente de preocupación constante fue un reto enorme. «Mi vida cambió. Una se siente con una responsabilidad muy grande y estás atada a ella. No quieres hacer más nada y te adaptas a no salir», confiesa Rosa. El estrés y la preocupación se volvieron sus compañeros constantes, mientras su mente buscaba formas de mantener la calma y la cordura.

Entre las muchas pruebas que enfrentó, Rosa descubrió el poder de la medicina verde para tratar las escaras de su tía. «Le curé las escaras con hierbas, con cúrcuma, con llantén, con hojas de plátano y con sábila. A pesar de que teníamos un producto del extranjero que no le hizo mucho efecto, con eso logré cerrarle la úlcera», relata con una mezcla de orgullo y sorpresa. 

Esta experiencia no solo le brindó una solución práctica, sino también una conexión más profunda con las prácticas tradicionales y una reafirmación de su capacidad para cuidar a sus seres queridos con lo que tenía a mano, en una Cuba dibujada de escasez y pobreza.

La tarea de Rosa no estuvo libre de sacrificios personales y emocionales. La inesperada muerte de su madre fue un golpe devastador, que la sumió en sentimientos de culpa y dolor. «Sentí culpa porque me parecía que dejé de atenderla a ella por atenderla más a mi tía», admite. Sin embargo, con el tiempo, aprendió a reconciliarse con estas emociones y a entender que había hecho todo lo posible por ambas.

A pesar de las dificultades, Rosa encontró formas de sobrellevar las limitaciones, especialmente en el contexto de las carencias económicas en Cuba que cada vez golpean con más fuerza, especialmente a las personas que tienen que cuidar de otras. «Pienso que la atención a cualquier enfermo, a cualquier anciano, lo que más necesita es amor, tratarlos bien, los recursos ayudan mucho, por supuesto, pero lo otro es fundamental. Porque si haces las cosas de mala gana todo empeora. A veces con pocos recursos y buenos deseos se logran más las cosas».

Luego de ser cuidadora: ¿qué sigue ahora?…

Después de ser cuidadora, volver a la vida anterior nunca es fácil. Recuperar el sueño perdido, restaurar la estabilidad mental y encontrar el equilibrio en la vida cotidiana puede ser un desafío abrumador. Rosa Vilaboy lo experimenta en carne propia después de siete años dedicados al cuidado de su madre y su tía.

«Las noches de sueño fueron lo que más me afectó», confiesa Rosa. «Mi tía no era de dormir mucho, me llamaba constantemente desde el principio, es decir, que fueron casi siete años sin dormir como yo dormía. Me afectó bastante, porque antes dormía muy bien, ya mis hijos estaban grandes y fue un impacto grande para mí».

El estrés constante y la preocupación diaria dejaron huellas en su salud mental. «Ya después cuando mi tía comenzó con la demencia eran muchos gritos, noches enteras, durante el día también, y a veces teníamos que dormir con los gritos porque el agotamiento no nos permitía estar en pie». 

Aunque se recuperó en cierta medida, las secuelas emocionales perduran en Rosa. «Todavía en estos momentos no soy la misma de antes, me he recuperado bastante pero siempre deja sus secuelas», admite con sinceridad. El regreso a una vida que dejó atrás parece una meta inalcanzable, una realidad distante que se desvaneció en la neblina del tiempo, ese tiempo implacable que muchas veces pasa factura y deja cicatrices visibles en el camino. Especialmente en una Cuba que envejece y desgasta.

Después de su experiencia como cuidadora, comprendió que la vida nunca volvería a ser la misma. Actualmente es trabajadora por cuenta propia junto a su esposo. Y«o pienso que las cuidadoras, más allá de todos los recursos que son necesarios y actualmente no se garantizan, también necesitan apoyo psicológico, porque los remordimientos, la culpa y todo el estrés que genera cuidar de alguien más, son emociones que no siempre podemos gestionar. Falta este acompañamiento, este apoyo por parte de la asistencia social». 

Al igual que todas las cuidadoras que he entrevistado para esta serie, los dos hijos de Rosa decidieron emigrar, pero verlos felices es también su alegría en estos momentos.  Su historia es un testimonio conmovedor de la fuerza y resiliencia que surgen cuando se cuida a los seres queridos, de todo lo que debemos enfrentar en la vida y de la importancia de valorar y apoyar a quienes asumen este rol fundamental, muchas veces invisible para la sociedad. 

Cuba es una anciana que se ha llenado de canas y, por eso, el sistema tiene que velar por aquellos que renuncian a sus propios sueños y bienestar para atender a sus seres queridos. Porque cuando llega el después, nada vuelve a ser igual. Las vivencias y el desgaste emocional dejan marcas imborrables, y la vida nunca recupera el mismo ritmo. Cuidar de los que cuidan es la deuda mayor.

Foto: Cortesía

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