Por Damaris Calderón Campos
Mi tía de 92 años va a fiestas invisibles para ella sola, nos escribe las mejores décimas del mundo para mí y para mi hermana que después se le olvidan, pero nos las escribió en su cabeza y es lo que importa y son nuestras. Su hijo para ella se ha multiplicado por cinco y a veces lo llama por su nombre y a veces por el de todas las cosas. Ella, la más fuerte, es ahora una niña y yo le cuento por teléfono la historia de su vida, le recuerdo sus versos, sus dichos, las frases con que nos enseñaba: "Comer y rascar, todo es empezar. Para morirse, lo único que hace falta es estar vivo". Dice que a sus cataratas se las coman las tiñosas. Duerme con su hijo, ahora su padre, entrelazados por un nudo amoroso como un cordón umbilical.
Comments