Por: Jorge Gómez de Mello
Después de dar muchas vueltas por la zona donde vivo para tratar de resolver varios asuntos intrascendentes, que en cualquier lugar del mundo contemporáneo hubiera solucionado en unos minutos, al final me veo obligado a hacer una enorme cola frente a un banco para sacar dinero del cajero automático.
Dos horas esperando parado en una acera dejan suficiente tiempo libre como para dedicar unos minutos a realizar cosas absurdas. Quizá por eso me puse a contar a mis compañeros de espera y así me enteré que sumamos casi 90 personas. La mayoría, 76 exactamente, somos de la tercera edad.
El tiempo pasa y voy acercándome al cajero, por lo que dentro de unos instantes obtendré el efectivo que necesito para terminar las gestiones de hoy. Pero me doy cuenta que de ninguna manera mi día va a concluir satisfactoriamente, pues acabo de contar 76 cabezas canosas achicharrándose en silencio bajo el sol de agosto para extraer dinero devaluado de un banco obsoleto.
Cada día vemos como se repiten escenas parecidas en algún hospital, tienda u oficina, y yo me resisto a aceptarlo como algo normal, pues no se trata solo del deterioro físico de las personas, de las instituciones y de las estructuras del país, sino que se trata sobre todo del deterioro cívico y ético de una nación.
Además de soñador inconforme debo ser muy corto de entendederas, porque observando a mis colegas de cola con sus expresiones corporales de seres vencidos, no puedo evitar cuestionarme una vez más, cómo es posible que hayamos aceptado tan dócilmente las humillantes condiciones que nos impiden llevar una vida sencilla y digna.
Me doy cuenta que insistir una y otra vez en estos temas me produce cierta vergüenza, porque tengo claro que, mas allá de las ideologías, Cuba se ha convertido en un estado fallido incapaz de gestionar con éxito sus graves problemas. Y sin embargo, sigo cayendo en la trampa de dedicar tiempo a cuestionar situaciones muy difíciles de solucionar en las actuales condiciones políticas del país, más difícil aún cuando muchas personas las aceptan como algo normal en su vida diaria.
Siempre he sido bastante cuestionador de lo que sucede en mi entorno, acostumbro a mantenerme atento a las señales para luego tomar mis propias decisiones con cierto nivel de independencia. Pero muchas veces siento que formo parte de un rebaño de criaturas que se han quedado desorientadas en medio de una tormenta, y me amarga descubrir que la perenne falta de opciones me ha ido dejando sin las herramientas adecuadas para manejar mejor esa circunstancia.
Finalmente llego al destartalado cajero, realizo el trámite y me alejo pensando en lo difícil que resulta entender la complejidad de los procesos humanos cuando uno está en el centro de los mismos.
*Autor foto de portada: Oscar Callard Mustelier, participante concurso 'Mirar la vejez', 2024
Comments