Por: Pedro Manuel González Reinoso
Fue tirado —casi— sobre uno de aquellos asientos que lo vi.
La gerencia del Banco de Crédito y Comercio sacó los nuevos bancos de madera afuera, acatando la orden de “no permitir apelotonamientos de la cola”, y así disimular la espera interminable.
“Miren pa’ esto —murmuró uno de los ancianos sentados—: un banco con regios bancos, pero sin dinero … ni vergüenza”.
Otro lo miraba sin oír, desesperado, llorando como un niño perdido.
Acababa de recibir la famosa “tarjeta magnética” para cobrar su jubilación, y no hacía dos horas de eso y ya tenía problemas…
“No hay cajeros automáticos aquí”, dijo una señora. “Por suerte”.
Porque de haberlo, sería otro trastorno aun mayúsculo para el conjunto de la ancianidad desfasada ahí reunida.
“Con la cantidad de gente aquí que no sabe ni apretar una tecla” — prosiguió la señora, rayana en los ochentas.
El viejito que lloraba vive solo, con su esposa también mayor, quien “siempre fue ama de casa”, no tienen hijos, ni familiares jóvenes que los puedan ayudar con nada.
Hasta el día de hoy él visitaba el banco en el día señalado, y recibía su pensión directamente de la caja, no le alcanzaba para mucho, pero lograba comprar algunas cosas.
También hace algunos trabajos de jardinería con pesar para sus adoloridos huesos, pero conseguía que —más por ayudarlo que por una verdadera necesidad—, fuera a veces contratado, pero ahora los que le contrataban tampoco tienen efectivo para darle.
Hoy la tristeza lo colmó, con su tarjeta en la mano me preguntó que cómo puede “comprar viandas y demás con eso, y que en el banco le dijeron que no había dinero en efectivo”. Que debía esperar.
No tiene teléfono, ni lo tendrá nunca, así que hay que olvidarse de otra variante, de las que promete el estado que “en breve se masificarán”. Como la famosa “bancarización” del país.
Pero de todas formas él se va a morir, de un infarto, de un disgusto, o simplemente de hambre, y en el portal de un banco con solidarios bancos…
Como si no fuera suficiente aquel desconcierto en el que adivinaba mi pensamiento, musitó:
“No me voy a morir... Ellos ya me mataron”.
(Sucedió en un pueblo llamado “Fomento”. En el centro mismo de la Isla un día de octubre de 2023.)
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