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Ingeborg Portales

Fiesta de San Juan

Por: Ingeborg Portales

Mi abuelo Juan Bautista Marino Hernández fue fundidor hasta que intervinieron su negocio, lo mandaron castigado a una granja agrícola y terminó en un salón de electroshocks.

Muchos años después volvió a derretir metales, mientras escuchaba a Gardel en su viejo tocadiscos y tomaba Guayabita del Pinar, intentando reparar todo lo que destrozaron y que ya apenas tenía remedio.


Vivía escuchando La Voz de América y Radio Martí. Le gustaba apretar muy fuerte la mano y decir “de aquí hay que irse aunque sea en una cáscara de cebolla”. Pero cuando vino de visita apenas pudo resistir un mes, apenas pudo disfrutarlo, ni comer, pensando en mi abuela, en los hijos y los nietos. Sus pedidos eran sencillos, “tráeme camisetas blancas, brillantina y revistas Mecánica Popular”.


Cada vez que viajaba a Cuba el día antes del regreso iba por su casa tarde en la noche. Yo sabía que él se acostaba temprano y así no tenía que despedirme. Prefería verlo ya dormido a través del mosquitero. Es la última imagen que conservo de él.


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