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Pedro Manuel González Reinoso

JUSTA

CRONIQUILLA CON ESPASMO


(Ojo, que no es de guerra, aunque hoy humea azarosa mi amada Crimea, sino sobre otra batalla inclaudicable; la de la mera y cubana sobrevida.)

Por: Pedro Manuel González Reinoso


Esta infeliz de la foto es doña Justa. La “joven sesentera” –y sin retiro– que atiende el huerto estatal de cierta esquina, en mi reparto de origen sovietoide, justo a la entrada harto desvencijada del antiguo puerto de Caibarién, arrasado en su prosperidad sin guerra alguna.


Lo de infeliz no es para que vayan tomándole lástima, a priori, sino porque en verdad inspira compasión enterarnos que haya pasado toda su vida doblada sobre un surco, que tiene el hijo mayor preso con una sentencia incumplida de dos décadas, y que enviudó cuando su esposo ¡oh calamidad!, fue atropellado en un espantoso accidente, camino a la visita de aquel vástago común en la entonces remotísima prisión asignada.


(A no olvidar cuán compasivos suelen ser –para con los padres de cualquier “ciudadano transgresor” – policías, jueces, y fiscales, en este fallido simulacro de país).


Justa no ha podido conseguir le pusieran un nombre mejor, para enarbolar su orgullo con tronco de humildad, muy a pesar de tan continuas desgracias.


Muestra puntual sonrisa para con todos sus marchantes que allí resolvemos –a precios lógicos y hasta humanizados– los vegetales que ella cultiva: sin agua que no sea la que les cae del cielo –porque la turbinita prehistórica del otrora organopónico años ha explotó, y de la granja urbana a la cual tributa colectivizadamente, solo pasa un gestor, en plan publicano, a cobrarle el respectivo diezmo–; ni fertilizantes, ni pesticidas ¡por suerte!, ni nada primordial como aperos de labranza le conceden en auxilio a esta mujer para alimentarnos: solo su sacrosanta mano, pelada y despellejada hasta el hueso en pos de la cosecha.


Esta mañana fui a por tomates y ajo puerro. Mientras esperaba que saliera la única compradora que se encontraba dentro, escuché sin querer lo que decíanse circunspectas estas dos coetáneas:

–Dios sabe curar, Justa, hasta los enfermos que en el código ese quieren que aprobemos. No se puede aceptar a gente del mismo sexo criando en casa a menores, como si fuera una familia real. Hay que rebelarse contra tanta injusticia. Pobres niños.


–Mira, hija, yo no sé hablar. Ni escribir casi. Leer, muy poco. Te voy a decir algo: cuando yo era chiquita, tenía vecinos machos, y un primo, que me ayudaban a barrer y lavar, y luego jugábamos todos juntos a “las casitas”. Yo era el jefe de aquella tribu. Me disfrazaba con la ropa sucia de mi abuelo. Y me fumaba los mochos apestosos de sus tabacos. Algunos de ellos siguen siendo machos, otros son “bastantes hembritas”, porque nadie pudo jamás curarlos: ni azotainas, ni manos de tranca, ni médicos. “Árbol que nace torcido” ...ya sabes. Todos son tremendos hijos y muy buena gente. El mío, que está “guardao" es guapo, y los defiende cuando se entera de algo malo como si fueran familia. No vengas ahora a intentar cambiarme lo que ya yo sé de toda la vida. Porque así es como es, y más ná. … ¿Querías quimbombó? Porque se me acabó...


–Jesús perdona todos los pecados menos el de la sodomía, incluso, te perdona a ti por ser vieja y testaruda. Aprende a creer en la palabra bendita y no olvides que: ¡Cristo te ama! Seas como seas...

Justa no volvió por más argumentos. Regaló en cambio a la mujer un macito de acelgas extra, de los que le quedaban separados para alguien, deseándole “éxitos en tu vida”, …enseguida, volteándose hacia la puerta abierta, anunció;


¡El próximo!


Y entré.


(No voy a contar --ahora y aquí-- de lo que hablamos).






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