Por: Fidel Gomez Guell
La miseria material y la miseria moral suelen ir de la mano desde hace algunos años en la Cuba comandada por el partido único y la casta verde oliva que se resiste a permitir un cambio en el país. La sociedad en su conjunto está violando principios elementales para asegurar su supervivencia a largo plazo, mientras se impone la ley del más fuerte y la filosofía del “sálvese quien pueda”. El cuidado de las poblaciones vulnerables, que es un signo de civilización, es uno de los problemas estructurales que contribuyen a erosionar de manera particular los fundamentos éticos de nuestra nación y su moral fundacional, codificada en la idea martiana de “Con todos y para el bien de todos”.
El declive de los principios civilizatorios cubanos es visible en todas las esferas de la realidad. A inicios del 2023 estamos muy lejos de cumplir con las expectativas republicanas de Martí para la nación cubana. El modelo socialista de desarrollo, fracasado, corrupto y disfuncional, encargado de asignar y redistribuir recursos en la isla, está experimentando un colapso general desde hace algunos años, lo que provoca que las poblaciones vulnerables padezcan en mayor cuantía los estragos de la crisis estructural que se ha cobrado un alto precio con esos sectores.
Corriendo el riesgo de caer en clasificaciones arbitrarias, podemos decir, desde nuestra experiencia de trabajo concreta, que uno de los grupos más afectados por esta grave situación son las personas mayores y especialmente, aquellas con alguna discapacidad o en “situación de calle” (sin hogar). En los parques, avenidas, terminales de ómnibus o merodeando por los litorales de la bahía, se les encuentra en busca de alimentos desechados o artículos de diversa naturaleza, que suelen recolectar para satisfacer algunas necesidades diarias de supervivencia.
Algunos de ellos “menos desafortunados”, han encontrado algún solar abandonado en las cercanías del centro histórico de la ciudad, que es el área turística por excelencia, donde se refugian hasta el amanecer a merced de las inclemencias del tiempo, los roedores y los mosquitos. Su estrategia de supervivencia se basa en la práctica de pedir limosna al turismo internacional. Suelen deambular en el parque central de la ciudad, donde existen más posibilidades de obtener alguna ayuda por parte de los extranjeros de paso, la cual consiste en unos pocos pesos cubanos pues ya no circula la divisa extranjera, como ocurría antes del paquetazo gubernamental de reestructuración económica, que la población conoce como “El Ordenamiento”.
Existe un mito entre la gente común, generalmente desinformada en estos tiempos aciagos para los cubanos, que ha generalizado la idea de que, pidiéndole dinero a los extranjeros, los ancianos mendigos “ganan más que uno”. Esta idea, motivada por el deseo de evitar el sentimiento de culpa colectiva que experimentamos ante la situación de desamparo de nuestros adultos mayores, no tiene fundamento de ningún tipo. Ni las limosnas son suficientes ni son tan frecuentes como las personas imaginan. Sobre todo, no son una solución ética y sostenible a largo plazo para lidiar con las múltiples dimensiones que presenta el fenómeno del vagabundeo, que va en aumento en las ciudades cubanas.
En los bancos de los parques turísticos se reúnen estos adultos mayores abandonados a su suerte durante horas, a la espera de algún transeúnte caritativo que les ayude a paliar momentáneamente la terrible situación en la que sobreviven. Bajo el inclemente sol, deshidratados, con hambre, en pésimas condiciones higiénicas, pasan la mayor cantidad de horas del día a solo unos metros de la sede provincial del gobierno, quien hace la vista gorda y se “limpia las manos” como Pilatos, renegando de sus responsabilidades de cuidado y atención a quienes, en otros tiempos, le dedicaron su esfuerzo y su trabajo para construir un estado donde supuestamente “nadie quedaría desamparado”.
El problema de las personas mayores sin hogar se complejizará en los años venideros, mientras el envejecimiento progresivo continúa su tendencia marcadamente ascendente en Cuba. Más adultos mayores quedarán en situación de vulnerabilidad permanente y muchos de ellos se verán obligados a caer en la mendicidad. Urge tomar medidas estratégicas para evitar un desastre mayor. Se necesitan un rediseño de las instituciones, nuevos enfoques de trabajo, más casas de abuelos, más comedores sociales, más y mejores profesionales de los cuidados. Es importante entender que, con estas acciones, la sociedad no está “regalando” nada a los ancianos desamparados. Antes bien, está devolviendo una fracción del esfuerzo colectivo de años a quienes en la actualidad, ya sea por una enfermedad, el maltrato familiar o el mal desempeño de la salud pública, no cuentan con los recursos y apoyos para disfrutar de una vejez digna.
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