Por: Verónica María Perdomo Álvarez
Hoy quiero compartir con ustedes la historia de mi madre.
Mi mamá se llama Marielys, nació en el año 1965, fruto de un matrimonio feliz entre mis abuelos, quienes ya en ese entonces llevaban varios años de casados y contaban con una hija de 3 años. El nacimiento trajo alegría a la casa, fue una niña deseada y amada desde el primer momento. Su infancia la relata con mucha felicidad, la recuerda como una etapa de unión familiar.
En sus años de estudio destacó por ser muy inteligente y activa, le encantaba participar en todas las actividades, era lo que se dice una niña extrovertida. Al terminar el bachillerato, ingresó a la universidad para estudiar Ingeniería Pecuaria. Según sus propias palabras fueron los mejores años de su vida, rodeada de amigos y amores, que aún recuerda con anhelo.
Termina la universidad con 23 años y a los 26 se casa con quien sería hoy mi padre y tienen su primer hijo, mi hermano y seis años después me tiene a mí. Desde que tengo uso de razón y, hasta hace apenas unos pocos años, mi madre siempre había sido una mujer feliz. Recuerdo que le encantaba bailar casino cada vez que tenía la oportunidad, ponerse bonita los fines de semana, ir a la playa cada verano y celebrar las navidades en familia. Una mujer bastante normal. Esta situación, sin embargo, cambió de manera radical hace tan solo 4 años atrás cuando mi abuelo, debido a su avanzada edad, enferma de gravedad.
Como consecuencia de su estado de salud, mi abuelo a ratos presentaba cuadros de irracionalidad, se comportaba muy raro y no en pocas ocasiones se ponía muy agresivo, algo muy común en las personas que van perdiendo, como se dice popularmente, la cabeza. Cuando la situación se comienza a agravar enseguida se determina que mi abuelo debe de recibir cuidados especiales debido a su estado, y quien mejor que sus hijas para realizar esta tarea que conlleva tanto amor y sacrificio. Para sorpresa de todos cuando llega la hora de tomar una decisión al respecto, la hermana de mi mamá, mi tía, se desentendió por completo de su responsabilidad. Fue justamente ahí cuando la vida de mi madre pasó a convertirse en un “sin vivir”.
Mi mamá asumió por completo toda la responsabilidad de mi abuelo, se dedicó día y noche a su cuidado, centró su vida en sus necesidades y poco a poco se fue olvidando de las de ella. Comenzó a girar en torno a él, todo lo demás perdió relevancia para ella, vivía por él y para él. Al pasar el tiempo, comenzamos a notar que el estado de salud de mi mamá se estaba deteriorando, ya no era la misma, estaba apagada, se le veía deprimida y muy ansiosa, pasaba días llorando y temblaba por la ansiedad. Mi mamá también había enfermado, presentaba el síndrome del cuidador. Para aquellos que no lo conozcan, este síndrome ataca a aquellas personas que sufren el desgaste físico, psicológico y de su salud en general debido al cuidado constante y continuo del enfermo. Se caracteriza por la presencia de estrés, ansiedad, depresión, irritabilidad, insomnio, apatía y pérdida de apetito. Mi mamá comenzó a presentar todos esos síntomas, acompañados por un sentimiento de soledad y un constante miedo a lo que pueda pasar.
Lamentablemente mi abuelo falleció unos meses después del inicio de su enfermedad. Mi mamá pasado el tiempo se fue reponiendo, pero ya nunca más volvió a ser la misma. Por circunstancias de la vida, es ley de la naturaleza que las personas envejezcan y de nuevo hoy mi mamá se encuentra ejerciendo el papel de cuidadora, o como a ella le gusta decir: de hija. Ella dice que los hijos tienen que ser agradecidos con sus padres y hacer por ellos.
Hoy mi mamá cuida de mi abuela, esta vez tampoco tuve el apoyo de mi tía, pero aun así se levanta cada mañana y saca fuerzas de donde no le quedan, y sí, sigue estando enferma. Con el tiempo ha empeorado considerablemente, ya no le gusta hablar con nadie, ni salir de casa, dejó de preocuparse por su apariencia personal hace mucho y su vida propia la dejó olvidada en algún rincón. Ahora mi mamá no baila, hace años que no ve el mar, y perdió la ilusión por las navidades. Aunque su esperanza de vida no ha muerto, siempre dice que un día todo volverá a ser igual, si Dios así lo quiere.
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