Por: Jorge Gómez de Mello
Son las 6.50 am., La Habana amanece envuelta en una atmósfera rara, cae una llovizna constante y de vez en cuando se producen unas pequeñas tormentas que duran solo unos segundos. Las nubes de un azul oscuro, casi negro, dificultan el paso de los primeros rayos de sol, hay 16° de temperatura.
Camino por la calle iluminada únicamente por las luces de una casa y de un auto que pasa. Llego al policlínico del barrio, a pesar del frío ya hay un grupo de personas en la penumbra del portal. Pregunto por el último para el laboratorio y me siento en unos bancos metálicos a esperar que nos manden a pasar.
De pronto, una señora mayor comienza a hablar del mal tiempo, dice que su calle está inundada y que en su zona no hay electricidad desde anoche. Otro señor responde inmediatamente que estamos viviendo días oscuros y hace una ligera referencia a los ministros destituidos la semana anterior.
Alguien sentado detrás de mí agrega que vendrán días peores, dice que ya tiene 76 años y que él sabe que los nuevos ministros no resolverán el problema de la luz, ni lograrán que su pensión de jubilado comience a tener un valor real. Agrega que los nuevos burócratas tampoco serán capaces de solucionar la eterna escasez de comida.
El hombre pronuncia con lentitud y corrección cada palabra. Viro la cabeza para ver de dónde sale la voz, se trata de un mulato corpulento de frente amplia y pelo gris, la expresión de su cara transmite un inmenso cansancio. Con la mirada clavada en el suelo, el señor sigue diciendo en tono sentencioso como para sí mismo: seguiremos en la oscuridad, nada se solucionará con el truene de unos ministros, hay que cambiarlo todo.
Después se produce un silencio enorme, interrumpido únicamente por el sonido desagradable de las fuertes rachas de viento.
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