Por: Inés Casal
Sí, yo creí, como muchos, como la mayoría, que había llegado una "Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes", y me entregué en cuerpo y alma a luchar y a sacrificarme por un futuro mejor para mi país, para mis hijos. Y lo hice junto a miles de jóvenes maravillosos, estudiando y preparándome para ser más útil, desyerbando cultivos, cortando caña, cargando bloques, menstruando en albergues antihigiénicos, sacrificando el tiempo con mis hijos por el dedicado a las reuniones inútiles, a los trabajos "voluntarios", a las marchas...
Sí, yo también creí que ningún sacrificio era demasiado, porque luchábamos por nuestros hijos, por nuestro futuro, por una mejor nación.
Y sí, fui feliz al lado de tanta gente linda, de tanta juventud ilusionada, de tantos cubanos honestos y altruistas.
Y no, no me avergüenza esa etapa de mi vida. Nada de lo que hice fue por fanatismo, fue más por confianza que por conocimientos, más por ingenuidad que por miedo, más por ignorancia que por convicción; nunca por oportunismo.
¿Sabes por qué no me da vergüenza? Porque no me quedé ciega, porque en cuanto tuve oportunidad de informarme, me informé. Y empecé a leer, y a buscar, y a escuchar mucho, mucho, ¡muchísimo! a los jóvenes: a mis vecinos, a mis hijos, a los amigos de estos y, sobre todo, a mis alumnos, con los cuales hablaba y discutía sin reparos, mientras aprendía más de ellos sobre la realidad cubana, que ellos, de mí, sobre Química Analítica.
Ahora no necesito tanto leer e informarme, (aunque lo sigo haciendo), ahora la realidad que tengo ante mis ojos es más estremecedora que cualquier relato, que cualquier historia, que cualquier anécdota, que cualquier testimonio. Solo los que miran hacia otro lado no la ven.
Una realidad en donde la inmensa mayoría de los niños tienen que conformarse con lo que ven a través de las vidrieras de los lujosos hoteles, de las tiendas en MLC y de las tiendas revendedoras disfrazadas de Mipymes.
Una realidad en la que los viejos tienen que mal vivir de limosnas o buscando algo en los basureros.
Una realidad en donde millones de padres y madres ya no saben qué hacer para alimentar a sus hijos.
Una realidad en donde hay miles de cubanos dignos pudriéndose en las cárceles solo por desear la libertad para su Patria.
Una realidad con un número importante y desconocido de personas asesinadas a lo largo de más de sesenta años por un régimen que no conoce ni reconoce ética alguna por tal de mantener un poder absoluto.
Una realidad con millones de cubanos empujados al exilio, no importa por cuáles causas ni a través de cuales medios, dejando atrás familia, amistades, sueños y esperanzas; con mujeres, hombres y niños ahogados en el Mar Caribe o fallecidos en selvas y ríos de Centroamérica, cuya cantidad jamás será realmente establecida.
Una realidad con cientos de cubanos que fueron y siguen siendo desterrados de su país por tener la vergüenza de luchar por sus hermanos, no quedarse callados ante las injusticias o manifestar su desacuerdo ante tantas barbaries, muchos de los cuales han dejado de existir físicamente sin volver a pisar su tierra.
Una realidad en donde dar una opinión, una idea, un criterio, contrarios a cualquiera de las barbaridades que se ven a diario en el país, te convierten en adversario, oponente, enemigo, apátrida, traidor, mercenario.
Una realidad en donde crece el terror y disminuye la dignidad, en donde la represión ha llegado a límites inimaginables.
Una realidad en donde las ratas y sus sicarios maltratan y torturan a hombres, mujeres, jóvenes y ancianos con una impunidad aterradora.
Y, desgraciadamente, una realidad en la que todavía muchos, como diría Martí, bien trajeados y rollizos, sirven de cabalgadura al amo en lugar de, con un vuelco altivo, desensillarlo.
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