Por: Ingrid Arenas González
Ayer trabajé en las elecciones primarias de Miami-Dade. No lo hice por salario, aunque todo cuenta. Es el salario más bajo que he tenido en mi vida laboral. Lo hice por pura curiosidad, por saber algo más. Y me alegro enormemente.
Primero porque puedo decir que soy bilingüe, tenía mis dudas. Segundo, porque me siento en deuda con mi segundo país, el que me dio la bienvenida sin que yo tuviera nada que ofrecerle, y tercero, y creo que es lo más importante, porque vi trabajar a personas con ciertas limitaciones. Y voy a ser totalmente sincera: mi primera impresión fue por qué en algo como unas elecciones ponen a alguien que no es “normal”. Y ha sido un aprendizaje importante en mi lucha por ser mejor cada día. Pero mejor de alma.
La persona en cuestión debía darle la bienvenida a todo el que llegara. Cuando le vi, noté que le costaba tiempo articular las palabras y echar a andar. ¿Cómo alguien con esas características iba a estar dando la bienvenida? Pero instantáneamente algo me hizo reaccionar y pensar en que todos tenemos los mismos derechos y que no se trataba de la operación a corazón abierto de un niño. Era darle la bienvenida y dirigir a los electores a la primera mesa por la que tenían que pasar. Y lo hizo perfectamente. Estuvo en su lugar de trabajo todo el tiempo, cuando necesitó tomar un descanso lo pidió en un momento oportuno y al despedirnos dijo: “mi papá me vino a buscar y les dice muchas gracias”.
Cuánta alegría debe haber sentido esa familia al saber que su hijo fue útil. Cuánta alegría habrá sentido esa persona cuando la jefa nos dijo que todos habíamos hecho muy bien nuestro trabajo y que todos seríamos recomendados para las próximas elecciones.
Fue un día de aprendizaje. Y recordé algo que viví en el año 1981 en Cuba, cuando por puro interés de saber me involucré en el Censo y me tocó adentrarme en un barrio marginal de La Habana que yo ni siquiera sabía que existía, a pesar de pasarle por delante día tras día. En aquellos momentos pensé que sentía más gusto por las carreras de Humanidades que por la de Matemáticas que había pedido. Pero la suerte ya estaba echada y lo aparté de mi mente. Hoy, con 60 años, y si la suerte me acompaña, he comenzado en mi mente un nuevo proyecto. Cuando logre hacerme ciudadana española, estudiaré en España alguna carrera de letras, aunque no me sirva para ganarme los frijoles. Pero lo haré y disfrutaré el aprendizaje.
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