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Foto del escritorLidia Victoria Sánchez Valentín

Un nuevo baúl

Por: Lidia Victoria Sánchez Valentín


Ya no dejamos cajas para guardar los trastes, tuvimos que hacer baúles para depositar hermosos recuerdos de vida. Desearía viajar con ellos, pero tenemos que dejarlos. Aunque es difícil resignarnos, solo son recuerdos. Los esfuerzos, temores, sigilos, sustos, miserias nos han costado muchísimo, tanto, que de jóvenes, hasta fuimos penalizados por la tenencia de un dólar y ahora, pasada la tercera edad, nos toca que el que no tiene un dólar, se muere de pena. No quiero descuidar nada que para mí tenga valor. Cada pliegue de mi cara, canas, rodillas con marcas de múltiples caídas…son orgullo de tiempos vividos. Con grandes esfuerzos, también felices. Y que ahora no nos hará menos humanos, pues ha llegado el momento de añorar una merecida y digna vejez; llena de sueños y esperanzas.


La cajita llena de papelitos con frases bonitas, fechas importantes, aflicciones y reconciliaciones, notas y cartas llenas de cariño que nunca, por mucha limpieza que hiciera, logré desechar. El título amarillento de la universidad en el rincón, la vajilla blanca heredada de una amiga que emigró, mis filosos cuchillos de cocina para filetear no sé qué (?) que a nadie prestaba, mis álbumes de fotos de quince, donde escogíamos la foto más bonita y se mandaban a pintar en la tienda El Arte, en la calle Galiano. Teníamos que decir el color que tenían los ojos, el pelo, la piel, porque todas salían en blanco y negro. Las del añito de cada uno de nuestros hijos. Mis muebles, que trajo un marino mercante de Holanda, y que se hicieron moda para los carpinteros en Cuba en los 80´s. Mis cuadros preferidos, adornos, toda la vida para crear ciertas comodidades y dejar de herencia a hijos y nietos. ¡Y qué! En estos momentos a nadie conmueve. Construimos un patrimonio para dejarles, y esmerados ejemplos. Y sólo nos admiran por el amor que les transmitimos; luego nos despiden diciéndonos, con lágrimas: “ahorita estaremos juntos otra vez”. En realidad, ¿quién sabe cuánto tardaremos en volvernos a ver?

Ya estamos viejos, y unirnos será siempre nuestro deseo más profundo. Recomenzar con capacidades limitadas por la edad, con organismos débiles, ya va siendo un obstáculo. Felicidad es ESTAR, es compartir juntos sus alegrías y preocupaciones, emociones; es envejecer con dignidad, cerca de ellos. Es saber que estamos, aunque poco podamos hacer. Ahora solo deseamos cuidar un rato de nuestros nietos, apoyar a los hijos, sin causarles una preocupación más por nuestra alimentación y cuidados. Hemos trabajado la vida entera y tener garantizadas nuestras necesidades es un derecho. Se nos debe calidad de vida y sobre todo una digna asistencia médica, donde los viejos también interesen en una sala de geriatría de un hospital, esto, nos lo merecemos.


Las postales del día de las madres de treinta y tantos años atrás, que también guardábamos, quedarán en el baúl junto al joyerito con trocitos de cadenitas, medallitas, mitades de aretes, en fin, una vida de almacén que dejaremos, sin contar cuanto dolor sentimos por la FAMILIA que tanto amamos, amigos, vecinos, y que no sabemos cuándo volveremos a ver, sin saber cuánto demorará que todos estemos juntos en un mismo país. Muy dura es la emigración de nuestros hijos. El abrazo, el beso, el amor que es verdaderamente vida, y que la distancia y el tiempo se empeñan en separar, tullendo nuestros corazones. Son dos realidades, los que se van y sufren por los que se quedan, y los que se quedan y sufren por el misterio de la soledad, la esperanza y el próximo encuentro. DIOS nos proteja a todos para enfrentar tantos desafíos, pues solo con su presencia el tiempo se nos hará más corto. Y con la ayuda de Jesús, los abuelitos, hijos y nietos puedan reencontrarse un día, en el país que les haya recibido, conforme a las necesidades de cualquier FAMILIA, con los brazos abiertos y los baúles vacíos.


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