Por: José Luis Tan Estrada
Volví a encontrarme con Eneida. Estaba tratando de cruzar la calle ante el incómodo tráfico de la carretera Central
Traía la misma blusa color rosa, pero más desgastada. Sus manos ya no aguantaban fuerte el bastón, las piernas cansadas de tanto recorrer en la vida y su mirada llena de sufrimiento y decepción.
"¿Eneida se acuerda de mí?" Yo soy el muchacho de aquella vez en la pizzería", le digo.
-"Ah, sí, mijo, es que aquel día tenías más pelo en la barba", respondió.
Hace seis meses que conocí a Eneida, de 75 años de edad, parada frente a la tablilla de los precios de una pizzería. Miraba los números y hacia los que estaban comiendo.
Desde adentro, noté en la mirada de Eneida el deseo de comer y la invité a sentarse en la mesa.
Eneida llevaba dos días sin comer nada, solo cocimiento de tilo con un pedazo de pan. "La cosa está muy dura", expresó en aquel momento.
Desde ese instante su rostro quedó fijado en mi mente, pero nunca pude dar con ella, hasta hoy.
"Nos vemos pronto, Eneida, yo llevo el café y usted pone la tertulia".
Una vejez desprotegida y abandonada por el Estado, se hacen más frecuentes en una "Revolución" que "SÍ desampara a sus hijos".
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