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MIGRACIÓN Y VEJEZ
Entre el amor y el sacrificio: cicatrices invisibles de una cuidadora
Por: Rachel Pereda en colaboración con El Toque
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ENTRE EL AMOR Y EL SACRIFICIO

Cuando conocí a Gloria yo apenas era una adolescente. Para hablar de su edad siempre me decía que tenía “cincuenta”, pero no se refería al número, sino a “sin cuenta”, para que no le llevara la cuenta de los años. Es que ella siempre ha tenido una respuesta ingeniosa para todo. 

Quizás por eso, cuando le tocó asumir el rol de cuidadora, lo hizo con ese impulso que siempre ha tenido, aunque realmente no existían respuestas ingeniosas para un cambio tan radical.

A sus 72 años, la vida de cuidadora de Gloria Torres comenzó hace bastante tiempo, en dos etapas distintas, aunque ambas igual de exigentes. 

La primera etapa inició cuando su esposo sufrió un evento cerebrovascular. «Estábamos mi hijo y yo solos. Mi hijo estudiaba y yo, por suerte, tuve la ayuda de mi cuñada para no tener que dejar de trabajar, porque no existía otra entrada económica», cuenta. 

Sin formación alguna en cuidados, fue la vida misma la que le enseñó lo que debía hacer en cada momento. Aunque logró mantener su empleo trabajando media jornada gracias al apoyo de su cuñada, la situación fue drástica y duró un año hasta que su esposo falleció. Su hijo, a pesar de ser muy joven y estudiar en la universidad, también compartió con ella las tareas de cuidados y se alternaban durante las madrugadas para que el otro pudiera descansar unas horas.

Después de la muerte de su esposo, volvió a trabajar, pero dos años más tarde, en 2012, su madre se enfermó gravemente. «Tuve que jubilarme para asumir su cuidado. Eran ella y mi papá», relata. Su madre falleció unos meses después, pero Gloria continuó cuidando a su padre durante ocho años. 

Este cambio radical en su vida fue difícil de asimilar. «Trabajé durante 42 años. Levantarse todos los días con un objetivo, un propósito determinado, y cuando te jubilas y tienes que dedicarte a cuidar enfermos, la vida se te voltea».

Gloria asumió la responsabilidad debido a la situación de su hermano que no podía asumir esa responsabilidad y la distancia de su hermana, que vive en el extranjero. El rol de cuidadora no es solo demandante en términos de tiempo, sino también emocionalmente agotador. 

«Aparte de que tenemos que renunciar a la vida personal, renunciar a una serie de posibilidades... Una cuidadora es 24x24. Ni siquiera podemos salir a satisfacer determinadas necesidades. La situación emocional te sacude porque es un familiar, una persona querida y no siempre su comportamiento con uno es el mejor, y se tienen que ignorar esas malas respuestas, esas quejas constantes, esa insatisfacción con lo que uno le hace, tienes que ignorar todo eso y tratar de asumir tu función lo mejor posible y lo que más satisfacción le dé al paciente».

Las dificultades que enfrentan los cuidadores en Cuba son numerosas. Gloria menciona la falta de recursos y la preocupación de resolver constantemente las necesidades del paciente. 

«Yo no enfrenté tantas dificultades porque la casa de mi papá tenía buenas condiciones, con espacio suficiente para las necesidades de él y el resto de la familia. Además, mi hermana que vive en Estados Unidos me enviaba todo, absolutamente todo lo que yo podía o no necesitar para su cuidado. Mi hermana periódicamente me mandaba el dinero para todas las necesidades aquí en Cuba y además me mandaba paquetes con todo, desde una silla para el baño, colchones para ponerle encima del sillón donde él se sentaba todo el día, e incluso llegó a enviarme culeros que nunca tuve que utilizar, pero ahí estaban». 

«Mi papá nunca estuvo encamado, pero ella me mandaba medicamentos para evitar que se le hicieran escaras porque estaba mucho tiempo sentado, y siempre tuve todo lo necesario para resolver su problema. Pero ya te digo, porque ella me lo mandaba, sino aquí no hubiese tenido acceso a nada de eso».

La vida diaria de un cuidador en Cuba es una lucha constante contra la escasez y la burocracia. Gloria tuvo que lidiar con la falta de recursos en los hospitales y la necesidad de comprar productos esenciales en el mercado informal. A pesar de todo, logró mantener a su padre cómodo y bien cuidado gracias a los envíos regulares de su hermana.

«La situación económica en el país está muy difícil. Los salarios son muy bajos, todo está muy caro y encima de eso no hay medicamentos en las farmacias. Si te hace falta un medicamento, culeros, jabón, o lo mínimo que necesites, tienes que comprarlo por fuera, es decir, a los revendedores o a las personas que también lo traen de otros países y se dedican a venderlos».

Gloria confiesa que todo eso empeora la capacidad económica del cuidador. «Una persona con cuidados especiales necesita una alimentación especial también, sus alimentos específicos, no puede comer cualquier cosa, necesita vitaminas, una serie de cosas que no se consiguen en los mercados normales».

«Tuve que llevar a mi papá en dos ocasiones a los hospitales. La atención de los médicos es muy buena, pero ellos no tienen los recursos para atender a los pacientes. Mi papá dos días antes de fallecer se fracturó la cadera y cuando llegamos al hospital no había nada. Los médicos no tienen los recursos necesarios para asumir los problemas de los pacientes. Ya él tenía 102 años y decidimos no operarlo porque eso no resolvería su situación». 

El impacto emocional y físico de ser cuidadora es profundo. «Uno se ve atormentado, llega el momento en el que quieres explotar. Te agota emocionalmente, físicamente, psíquicamente. No es fácil», confiesa. 

En este sentido, expresa que la principal dificultad para el cuidador está en las condiciones de vida.  Necesita tener acceso a todo lo necesario para el paciente y acceder también a una ayuda física. Quizás por Salud Pública sería bueno que se brinde una posibilidad de ayuda para que una enfermera o algún especialista vaya a las casas durante la semana y ayude a cuidar al paciente y ofrezca algunas orientaciones. Eso tal vez sea posible.

En su caso personal, tuvo ayuda porque la familia le pagaba a una señora para que fuera por las mañanas y la ayudaba a bañar a su papá, a recoger su ropa, limpiar su cuarto, y todos los deberes diarios. «Pero la parte del cuidado directo, emocional, de relacionarte con el paciente, darle cariño, demostrarle amor, que estás ahí para él, para eso también se necesita ayuda y apoyo. Llega un momento en el que quieres explotar. Te agota emocional, física y psíquicamente».

Sin embargo, a pesar del agotamiento y las dificultades, siente una gran satisfacción por haber cumplido con su deber. «Cuando mi papá falleció retomé mi vida donde la había dejado, aunque tenía ocho años en el trayecto que ya no regresarán, pero por suerte me he recuperado emocionalmente y me siento tranquila porque cumplí con mi obligación lo mejor que pude, lo mejor que estuvo a mi alcance, y me siento tranquila por esa parte».

Ahora tiene dos nietos que viven en Barcelona junto a su nuera y su hijo, quien, gracias a la capacidad que desarrolló al cuidar a su papá, es ahora un excelente padre. Volverlos a ver y abrazarlos es su impulso para el futuro.

Foto: Cortesía

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