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La vida sigue

Entrevista a María Antonia Borroto Trujillo

 

Por: Teresa Díaz Canals

Conocí a la Dra. María Antonia Borroto Trujillo solo a través de las publicaciones de la conocida revista digital El Camagüey, ejemplo de una erudición extraordinaria, pues en ella se divulga de manera diaria lo mejor de la cultura cubana y camagüeyana en particular, lo que solo se puede lograr al desarrollar una labor impresionante. Hace un tiempo, al explicar en CubaXCuba su esfuerzo en la tarea de cuidadora, me pidieron hiciera una  indagación en detalles acerca de esta faceta desconocida de la valiosa intelectual. No deseo anticipar lo que dice María Antonia, solo comentar que es una mujer con una sensibilidad especial hacia su familia. El asombro por la manera de cuidar a su gente se transforma en admiración, pues a pesar de las adversidades propias de la vida, la Borroto buscó determinadas alternativas. Cualquiera en su lugar se hubiera detenido en el mundo laboral. Padecer está en el polo opuesto de crear. No obstante, ella continúa con su vasta obra, a pesar de que su gran empeño no está contenido en un curriculum.   

¿Usted tenía alguna experiencia en el cuidado anterior al caso de su papá, al menos indirectamente con algún otro familiar?

Mi “caso” es, tal vez, un poco atípico, pues soy hija única y mis padres me tuvieron cuando ya pasaban de los cuarenta, un fenómeno bastante raro en los años setenta. Mi mamá tenía 42 años y mi papá, 46. También es atípico porque mis padres han sido muy sanos, ninguno ha padecido enfermedades crónicas como la diabetes o han sido hipertensos, esa circunstancia, debo decirlo, ha sido muy favorable. Mi mamá sólo padecía de osteoporosis, tan avanzada que, al detectársela, el médico que la atendía llegó a temer un mieloma múltiple, hipótesis afortunadamente descartada. Sí tuvimos que lidiar con situaciones asociadas a esa condición, primero en la columna y luego con las fracturas en un hombro y de cadera. También debo decir, en honor a la verdad, que su fortaleza, tanto física como espiritual, la hicieron sortear esos trances. Falleció a inicios del 2015, cuando ya comenzaba a ser visible cierto deterioro cognitivo. Mi papá, quien aún vive (ya con 97 años) es muy saludable. Es sobreviviente de un melanoma cutáneo (intervenido quirúrgicamente en el INOR en 2015) y padece de hiperplasia prostática. Está operado de cataratas y usa prótesis auditiva. Solo consume suplementos nutricionales, los que hasta ahora, como los medicamentos de uso común (analgésicos, calmantes, etc.) nos han sido suministrados por familiares y amigos residentes en el extranjero, aunque hemos incorporado otros, de reciente aparición en el mercado (polen seco, por ejemplo). También conviví, durante toda mi vida, con mi abuela materna, quien falleció en 2003 con 95 años, también muy saludable, aunque durante casi tres años sufrió demencia senil. Una vez hechas estas consideraciones, paso a responder las preguntas.

 

En el caso de mi abuela (quien estuvo con demencia entre finales del 2000 y el 2003) el proceso fue muy complicado. Ella sobrevivió a una neumonía bastante compleja, y como resultado de la hipoxia se aceleró su demencia. Fue algo bastante súbito, para lo que no estábamos preparados. En el hospital donde fue tratada nos decían que tal vez, al retornar a la casa, se recuperaría, lo que nunca sucedió. Abrigar esas esperanzas fue contraproducente, sobre todo para mi mamá. En ese entonces mi mamá, mi papá y yo compartíamos los cuidados de mi abuela, con el apoyo de un hermano de mi mamá y su esposa, residentes aquí, y de otro hermano de mi mamá y su esposa, residentes en Estados Unidos. El andador, la sillita para el baño y muchos de los medicamentos nos fueron suministrados por mi tío desde Estados Unidos. Aquí sí pudimos hacer las gestiones y adquirir, llegado el momento, una silla de ruedas.

Hubo un momento muy tenso, año 2002, en que ya la demencia de mi abuela era bastante avanzada y mi mamá tuvo, como consecuencia de una caída, dos vértebras aplastadas. La recuperación de mi mamá implicó el uso de corsé, que aquí pudimos adquirir, y andador (facilitado, como ya dije, por mi tío). A mi abuela se le detectó un enfisema pulmonar, y los antibióticos (que debía tomar con sentido profiláctico) se conseguían aquí.

Si bien fue una etapa muy difícil debo decir, en honor a la verdad, que el servicio de Geriatría de nuestra área de salud funcionó muy bien. Nos visitaba frecuentemente un equipo interdisciplinario con el que tuvimos muy buena comunicación y que viabilizó gestiones.

¿Pudiera decir la edad de su padre, a qué se dedicó en su etapa laboral?

Las personas a las que he atendido directamente: mi abuela (1908-2003), era ama de casa, nivel escolar: educación primaria; mi mamá (1930-2015), ama de casa, aunque atípica: fue modista gran parte de su vida, lo que dañó mucho su columna, nivel escolar: 8vo grado, y mi papá (1926) tuvo negocios propios (aunque muy pequeños), fue intervenido en 1969 y desde ese entonces comenzó a trabajar con el Estado en actividades propias de la contabilidad y las finanzas (nivel escolar: técnico medio en contabilidad y finanzas).Tras su jubilación, en 1988, comenzó a trabajar por su cuenta, reparando colchones y arreglando o fabricando carteras, mochilas… Así se costeó mi estancia en el pre y en la Universidad. No siempre tuvo patente o licencia, pues en muchos momentos fueron actividades ilegales. De hecho, estuvo haciendo algunas labores menores (costuras pequeñas, por ejemplo) hasta no hace mucho, no tanto por la necesidad económica (aunque ganar su dinerito lo hacía sentir muy bien y aún activo) como terapia ocupacional.

¿Ha recibido apoyo de alguna institución, ya sea estatal o no? Si la respuesta es positiva, en qué consiste ese tipo de ayuda.

Hubo mucho apoyo del área de salud entre 2000 y 2003, luego ya no volvió a ser así. He encontrado comprensión y alguna ayuda (sobre todo para la transportación en determinados momentos) en la filial camagüeyana del ISA, donde trabajo desde 2007 como profesora fija (ya lo era desde 2004, como contratada) y lo tuve siempre en el periódico Adelante, incluso después de haber cesado mi trabajo allí, en lo concerniente a la transportación para turnos médicos, durante estancias en hospitales…

Durante la estancia en La Habana por la intervención quirúrgica a mi papá, que implicó luego frecuentes viajes para su seguimiento, tuve apoyo de la filial de Escritores de la Uneac, y muy en particular de Luis Morlote, a la sazón vicepresidente de la organización, de la AHS, presidida entonces por Rubiel (no recuerdo el apellido), y en momentos muy puntuales del Centro de Estudios Martianos, del Instituto de Historia de Cuba y del periódico Juventud Rebelde (en la persona de Ricardo Ronquillo). En Camagüey, la Uneac también colaboró en algún momento. El apoyo de esas instituciones fue en lo concerniente al transporte, lo que fue una ayuda inestimable. El apoyo mayor fue familiar, pues en La Habana viven dos primos hermanos míos. Nos hospedamos en casa de mi prima hermana, allí fue la convalecencia de mi papá durante las dos intervenciones a las que debió ser sometido. Ellos viven en Alta Habana, lo que explica por qué el asunto del transporte era nuestro talón de Aquiles.

Debo decir que en la filial del ISA, al tener un horario flexible (el llamado horario abierto) pude adecuar mi agenda, combinar unas cosas y las otras: siempre encontré comprensión y apoyo para, llegado el caso, mover un turno de clases o algún otro compromiso. Y también debo decir, en honor a la verdad, que cumplí todos mis compromisos en los plazos exigidos. Una vez califiqué exámenes en un viaje rumbo a La Habana, y envié las notas vía email (aún no teníamos las facilidades de Internet en los teléfonos) y por esa vía mantenía comunicación con alumnos a los que tutoraba.

Tras ese proceso en La Habana, mi papá estuvo unos seis meses en el Hogar de ancianos Manuel Silva de Camagüey, en la modalidad de hogar de día. Había estado un poco deprimido, y su ingreso allí fue una variante para mejorar su ánimo. Poco tiempo después él decidió no seguir. Realmente ni la alimentación ni las condiciones higiénicas eran las más adecuadas, y como no quería permanecer todo el día, pues se volvía un poco problemático tener que recogerlo pasado el mediodía. Luego los precios subieron (no sabría decir ahora cuándo fue eso ni cuál el nuevo monto), sacamos nuestras cuentas (ya la situación emocional estaba controlada y varios de los amigos que hizo en el lugar también se retirarían) y decidió abandonar la institución. Eso fue antes de la COVID.

Durante el proceso del cuidado ¿qué situaciones han sido o son especialmente difíciles para Usted?

He vivido momentos muy difíciles. Durante el proceso con mi abuela, notar el deterioro cognitivo, la transformación de su personalidad, su propia angustia… Tener que “ponerme dura” a veces con ella (cuando insistía en irse de la casa para otro lugar que era supuestamente el suyo). Las noches… Como mi mamá ya estaba muy mal de la columna era yo quien dormía con mi abuela, y al otro día debía asumir mi jornada en el periódico (estuve en el periódico Adelante hasta finales del 2006). Fue la fractura de cadera de mi mamá la que aceleró mi salida del medio de prensa y comenzar a tiempo completo en la filial del ISA. Sabía que iba a ser imposible conciliar ambos mundos, el de los cuidados y el periodístico, sobre todo porque yo era reportera y cubría la vida cultural, muy demandante.

Fue complicado para mí el cambio tan brusco entre una vida social muy activa y el encierro para atender a mi mamá. La recuperación de ella fue muy lenta, pues había que ser cautelosos por su osteoporosis y estuvo casi un año sin caminar. Hubo que readecuarlo todo en la casa. Hasta mi papá, acostumbrado a no tener que ver con las cuestiones domésticas, tuvo que “montarse en patines” y aprender mil cositas, porque yo sola no podía. Teníamos apoyo también de mi tío y su esposa, quienes viven aquí, en Camagüey, y en ese entonces había una señora en la casa que se ocupaba de la limpieza, financiada por mi tío del extranjero. El apoyo suyo, debo decirlo, fue constante, y gracias a él pudimos adquirir esta casa donde ahora vivimos, repararla. Con mi salario hubiera sido imposible.

¿Tiene a alguien con quién conversar acerca de las complejidades o peculiaridades en esa cotidianidad del cuidado, ya sea familiar o amistad?

Afortunadamente sí he tenido familiares y amigos con quienes he podido intercambiar y hasta desahogarme, si bien hay circunstancias que son tan complejas o que involucran la intimidad de la persona a mi cargo que prefiero y debo callar. Un día fue muy emotivo: visité a una geriatra amiga en su casa, y nos sentamos en su portal, y fue muy alentador ver que ella me comprendía y que incluso su situación personal no era muy diferente de la mía.

No sé si es idea mía, pero en ocasiones he notado hasta hostilidad en algunos médicos y personal asistencial, hostilidad respecto al cuidador. Nos hablan como si lo supiéramos todo o, por el contrario, nos creen muy ignorantes. O dan consejos que no vienen al caso, sin tener idea del entorno del paciente ni de los cuidadores. Una vez, por ejemplo, uno (fue muy al principio de la demencia de mi abuela) nos recomendó con mucha seriedad que no la moviéramos de lugar, que a veces los viejitos están en una casa, con un hijo, y luego en otra y en otra, y eso es fatal para la demencia… El consejo, en principio, es incuestionable, lo que me molestó es que el médico no se tomara el trabajo de preguntarnos nada al respecto. Se lo hubiera ahorrado, pues mi abuela estuvo con nosotros desde 1974 hasta que murió. Nunca se separó de mi mamá. Y otro, a quien vimos solo una vez, fue muy desagradable. Solamente pregunté algo, o di una opinión (no recuerdo los detalles) y fue de una torpeza y brusquedad tremendas. Y a fin de cuentas uno no nace sabiendo. Y algo comprendí bien temprano: no puedo aplicar mecánicamente lo que me sirvió con una de mis viejitas a mi papá, con un carácter muy suyo y ciertos remanentes del machismo secular. (Abro paréntesis: Eso sería digno de un análisis serio y objetivo, o sea, si el sexo de la persona a quien hay que cuidar influye en el nivel de exigencia respecto al cuidador. Y me imagino que viceversa también. Mi mamá estaba mucho más frágil y limitada que mi papá, sin embargo, exigía menos de mí en el sentido explícito de la palabra. Hubo momentos en que tomó decisiones arriesgadas. Recuerdo que a los cuatro meses de la fractura de cadera me llegó la noticia del premio Dador, con la invitación de ir a recibirlo en el Centro Loynaz. Debía estar casi una semana fuera. Mi primera respuesta fue un no tajante. Mami me dijo: “De eso nada, tú vas a recibir tu premio, ya nos arreglaremos”, y lo coordinó todo para que así fuera. Vino una amiga desde Esmeralda —de donde somos oriundos— y estuvo con ellos todos esos días. A veces me digo que en Esmeralda todo hubiera sido menos complejo: teníamos vecinos de toda la vida y un modo de vida muy familiar. Bueno, hubiera sido fácil, por un lado, aunque desde otras aristas, no. Los motivos fundamentales para mudarnos para esta ciudad fueron mi profesión, la cercanía a un tío materno y su familia, y a los servicios médicos que ya mis mayores comenzaban a requerir.)

Con el equipo de geriatría que venía a la casa entre el 2000 y el 2003 todo fluyó muy bien, creo que ese detalle, venir hasta acá, vernos en nuestro entorno y nuestras interacciones, los ayudó a tener una idea del cuadro general. Y nos hicimos amigos. Mi mamá era un dulce (le decíamos en broma sor Irma —se llamaba Irma—) y eso ayudaba. Un día mi abuela parecía no estar bien y corrimos papi y yo con ella para el policlínico. El médico de guardia se asustó más que nosotros, y la quería ingresar, casi a ciegas. La premisa hasta entonces había sido que se hospitalizara solo cuando no quedara otra opción. Asumí la responsabilidad y la traje para la casa, llamé a la doctora que la veía y conocía, quien nos dio varios consejos y vino al otro día a verla. Efectivamente, era algo que podíamos solucionar aquí.

Uno llega a conocer a la persona a su cuidado, y si bien es riesgoso (y asusta mucho) se aprende a identificar muy bien ciertas señales, se llega a saber, por ejemplo, cuándo correr y cuándo no en busca de un médico. Claro, hay que tener a la mano medicamentos que ayuden a paliar cualquier situación que se presente de momento, y saberlos usar (por eso es crucial tener un médico de cabecera y una buena comunicación con él). Y en ese punto tenemos ahora una situación muy tensa. Mientras mi abuela y mi mamá vivieron nunca nos faltaron los antibióticos (un stock amplio, por si acaso) ni los calmantes, ni jeringuillas, bránulas, mochitas, gasas, algodón… ni el médico de cabecera. Ahora, lamentablemente, no tengo casi de nada, tampoco un médico de familia de confianza. 

A estas alturas de mi vida he aprendido a lidiar con mis estados de ánimo y he buscado alternativas para desahogar tensiones (que son también las de la vida común y corriente) y más bien suelo aconsejar a otros.

Recomiendo la práctica del wushu (conocido como taichí) y del yoga. Regularicé el wushu tras la fractura de cadera de mi mamá (justo cuando estaba haciendo mi doctorado), y puedo decir que me cambió la vida. Luego, en el 15, comencé a hacer yoga. Lo recomiendo. Es bueno para uno e, indirectamente, para la persona que debamos atender. Mi mamá y mi papá incorporaron algunas técnicas respiratorias, y ambos notaron al momento los beneficios.

¿Padece su padre de alguna enfermedad crónica? Actualmente, ¿cuál es su estado de salud?

Mi papá es un roble. Padece de hiperplasia prostática, hipoacusia, está operado de cataratas (sin lente intraocular, pues al momento en que se operó, 1996, estaba en ciernes ese procedimiento) y es sobreviviente de un melanoma. Tiene cálculos en la vesícula, aunque sin síntomas. El hecho de tener hiperplasia prostática y ser sobreviviente a un cáncer tan metastásico como el melanoma me obliga a un cuidado extremo en su dieta.
 

¿Cómo resuelve el suministro de medicinas, si es que consume alguna de manera sistemática?

Papi apenas consume medicamentos, solo suplementos nutricionales (algunos, de origen natural, los consigo aquí o en La Habana, gracias a mi prima) y otros me han enviado del extranjero mi tío (lamentablemente fallecido hace poco) y algunos amigos. Los medicamentos de uso común, en los últimos años, vienen “de afuera”.

Tenemos, desde siempre, la costumbre de consumir medicamentos naturales o de origen natural. Hemos tenido a la mano hierbas medicinales y las usamos como respaldo de otras terapias, o para evitar tener que llegar a ellas. También incorporamos, desde hace unos 25 años, la homeopatía y la terapia floral, a las que, por suerte, hemos podido continuar accediendo. Echo en falta en la actualidad productos de Labiofam y de otros laboratorios cubanos que antes consumíamos en casa: prevenox, abexol, PV-2, nutrivín, ferrical, palmex, sacha inchi, espirulina… Y me alarmó descubrir que ya un litro de miel (comercializado por Apisun) anda por los 500 pesos, que el polen seco (muy recomendado para la próstata, y también comercializado por Apisun) roza los 400…

Debe asistir su padre periódicamente a alguna consulta. Si es así, ¿cómo es tratado en la institución sanitaria?

Mi papá sólo estaba yendo una vez al año a su seguimiento en el INOR y en el hospital Piti Fajardo, ambos de la capital, pues había sido incluido en un ensayo clínico para el tratamiento del melanoma. Tras la COVID no hemos vuelto, pues viajar a La Habana con él se hace muy difícil. Siempre fuimos muy bien atendidos.

Algún criterio, anécdota, o problema que entiende debe ser también reflejado.

Anécdotas, cientos. Recuerdo que mi abuela, ya con su demencia y obsesionada con irse para “su casa”, estuvo en una institución de salud para hacerse una ecografía. Y preguntaba si estábamos en la terminal para viajar. Tuvimos que reírnos (y las personas que la oyeron también) porque, efectivamente, aquello parecía más una terminal que la sala de espera de una institución sanitaria.

Cuando a mi mamá se le agudizaron sus problemas de columna la vio el ortopédico del área de salud y le indicó retirar el corsé que usaba y le dijo que se resignara a pasar dolores, que no había nada que hacer. Lo expresó de una manera muy hiriente, como si el haber ido en busca de ayuda y orientación hubiera sido un pecado. Por supuesto que no le hicimos caso, y mami pudo ponerse, gracias a gestiones de mis tíos, en las manos del Dr. Sergio Vega, un neurocirujano excelente (ya fallecido) y mejoró su calidad de vida.

 

Desde su punto de vista, cómo deberían ser tratadas/os las/los cuidadores?

El cuidador debe ser visto como otro ser humano. Ese es un “detalle” que a veces se olvida. Uno no es una máquina, ni un superdotado… Y uno a veces tiene mucho miedo, o está cansado, muy cansado, y no tiene, para decirlo en plata, para donde virarse. Y cada día estamos más solos. Esos servicios de geriatría de los que he hablado, en las áreas de salud, y haciendo terreno, creo que ya desaparecieron.

Sé que están surgiendo agencias para los cuidados, pero puedo imaginar que sus precios son prohibitivos, me imagino que están pensadas para que sus servicios sean financiados por personas que viven fuera del país. Pagar un cuidador ahora es casi imposible para alguien que viva de su salario y de alguna ayuda del extranjero.

A los cuidadores les recomiendo que no descuiden su salud, que se alimenten lo mejor que puedan. Uno tiende a privilegiar a la persona a su cargo, sin darse cuenta del desgaste que está sufriendo. Y que consuma también suplementos, productos que mejoren el metabolismo, que esté pendiente de sus propios estados de ánimo y si nota alguna señal de depresión o de ansiedad que acuda en busca de ayuda. Yo lo he tenido que hacer, sin rubor alguno, pues reconozco mis límites y vulnerabilidades. Y que se regale tiempo y busque la manera de mantener un círculo de relaciones. Es difícil, pero no imposible. El ejercicio físico regular, así sean unos minutos cada día, ayuda mucho. Y tener una ocupación o al menos un hobby, preservar su mundo propio. Sé del caso de una señora que atendió a su esposo, mucho mayor que ella, y cuando éste murió ella debutó con un Alzheimer terrible. Su mundo era él, y al faltarle, pues ella pareció aniquilarse.

Cuando mami estaba convaleciente de la operación de cadera creí que se unían el cielo y la tierra… Era una de las periodistas más activas y productivas del periódico, ya había iniciado mi doctorado, tenía dos trabajos… Y me vi, de pronto, entre cuatro paredes y con pronóstico reservado (no sabíamos si mi mamá caminaría nuevamente ni las complicaciones del proceso, pues ya tenía 76 años y estaba muy deprimida). Cuando logré establecer una rutina que incluía la posibilidad de realizar trabajo intelectual al menos tres horas al día y una media hora de ejercicios, que hacía incluso frente a ella, sentí que todo podría funcionar, lo que de otra manera. Tuve que tomar decisiones (irme del periódico fue una, la más visible y drástica), retomé proyectos que la dinámica del periódico no me había permitido emprender, convertí en meta algo tan sencillo como tener lista una ponencia para un evento determinado (necesitaba un acicate, una fecha, no dejarlo al azar: por eso la casi obsesión con el evento de marras), luego la ponencia creció hasta convertirse en un ensayo que fue premiado y publicado… Y la vida siguió, aunque por otro cauce y con otro ritmo.

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